domingo, 4 de febrero de 2018

Juan Bautista Alberdi


INTRODUCCIÓN
Juan Bautista Alberdi (1810-1884), escritor, sociólogo, jurista y político argentino, nació en Tucumán y murió en París. Su padre, Salvador de Alberdi, era un inmigrante vasco dedicado al comercio y cuya formación cultural le permitió difundir las ideas del Contrato social de Rousseau en Tucumán. Su madre, Josefa Rosa de Aráoz y Valderrama, era aficionada a las letras. Realizó los primeros estudios en su ciudad natal. En 1824 recibió una beca para estudiar en el Colegio de Ciencias Morales de Buenos Aires, donde conoció a Miguel Cané (padre), con quien compartió la lectura de Julia, de Rousseau. Su obra ha ejercido una considerable influencia en las instituciones políticas argentinas.

PRIMERAS OBRAS
Entre finales de la década de 1820 y comienzos de la de 1830 desarrolló su gusto por la música, improvisando y componiendo minués, valses y cielitos, y tocando el piano y la flauta. Las primeras obras de Alberdi son, precisamente, dos pequeños tratados donde sintetiza sus teorías sobre la música: El espíritu de la música a la capacidad de todo el mundo y Ensayo sobre un método nuevo para aprender a tocar el piano con la mayor facilidad, ambos de 1832.
En la década de 1830 profundizó sus contactos con la generación romántica, especialmente con Esteban Echeverría y Juan María Gutiérrez. Esta relación culminó en 1837, con la inauguración del Salón Literario, en la que participaron escritores como Vicente Fidel López y Marcos Sastre. Ese mismo año publicó Memoria preliminar al estudio del derecho. Poco antes, en 1834, escribió la Memoria descriptiva de Tucumán, cuyo análisis consistía en la refutación de la teoría de Montesquieu acerca del influjo del clima en la tendencia a la libertad o esclavitud de los pueblos.
Preocupado por la continuidad de la tradición revolucionaria de mayo de 1810 y unido a sus contemporáneos por la oposición al gobierno de Juan Manuel de Rosas, Alberdi escribió para la Asociación de la Joven Argentina, sucesora del Salón Literario, la XIII Palabra Simbólica, en la que se afirmaba “la abnegación de las simpatías que pueden ligarnos a las dos grandes facciones que se han disputado el poderío durante la revolución”. Fiel a los principios del liberalismo, Alberdi aspiraba a una posición equidistante de la tendencia unitaria y de la tendencia federal (“las dos grandes facciones”). 
Su labor periodística se inició en La Moda, gacetita semanaria de música, de poesía, de literatura, de costumbres, de modas, dedicada al bello mundo federal, cuyo primer número apareció en noviembre de 1837. Allí publicó artículos de costumbres al estilo de Mariano José de Larra (Fígaro), firmados con el seudónimo Figarillo. El propio Alberdi se definía de la siguiente manera: “yo soy el último artículo, por decirlo así, la obra póstuma de Larra”. Rosas ordenó la clausura de la revista en 1838.

PRIMER EXILIO (URUGUAY)
A finales de ese mismo año, Alberdi se exilió en Montevideo, donde reabrió el semanario con el nombre El iniciador, de fugaz duración. En este nuevo período publicó dos obras teatrales: Crónica dramática de la Revolución de Mayo (1839) y El gigante Amapolas y sus formidables enemigos, o sea fastos dramáticos de una guerra memorable (1841).
Ante la crítica recibida por haber tratado la revolución de Mayo y a sus hombres “en las formas ligeras del drama”, Alberdi respondía que se había propuesto “encerrar a la vez lo que le daba la historia y lo que le daba la gana”. Para la Crónica dramática de la Revolución de Mayo había planeado cuatro partes: la opresión; el 24, o la conspiración; el 25, o la revolución; y la restauración, pero sólo llegó a publicar la segunda y la tercera. En su intento de otorgar coherencia estética a su obra, elaboró una definición del género utilizado: “crónica”, porque se basa en actas y memorias (lo real); “dramática”, porque se apoya en la tradición popular (lo fantástico).
El gigante Amapolas (Rosas) continúa la experiencia humorística y satírica de sus artículos de La Moda. “Peti-pieza en un acto”, esta obra ridiculiza no sólo a Rosas sino también a los generales que conspiraron contra él (Mosquito, Mentirola y Guitarra), a los que acusa de falta de unidad, ansias de poder y cobardía. El triunfo de Rosas se explica por la ineptitud de los jefes y se contrapone al elogio de las revoluciones anónimas.
De 1842 es el artículo “Ideas para presidir a la confección del curso de filosofía contemporánea”, en el que afirma, seguramente influido por Voltaire, que “la tolerancia es la ley de nuestro tiempo” y que “la regla de nuestro siglo es no hacerse matar por sistema alguno”. Todo sistema de pensamiento, según Alberdi, debe tener en cuenta: 1) los problemas de organización social, que se expresan en la política constitucional y financiera; 2) las costumbres y usos, en la literatura; 3) los hechos de conciencia y los sentimientos íntimos, en la moral y la religión; y 4) la concepción que engloba el camino y el fin señalado por la Providencia para los estados americanos, que se manifiesta en la filosofía de la propia historia del país y en la filosofía de la historia en general.

SEGUNDO EXILIO (CHILE)
En 1843 tuvo que marcharse de Montevideo y emprendió un viaje por mar a Europa. De esta experiencia surgieron libros como El Edén, compuesto por textos en prosa y en verso, estos últimos corregidos por su amigo Juan María Gutiérrez; Veinte días en Génova; y el poema en prosa “Tobías o la cárcel a la vela”, escrito durante el viaje de regreso a América, concretamente a Valparaíso, donde permaneció diez años.
Fue colaborador del periódico El Mercurio. Se licenció en la Universidad Nacional de Chile, regida en ese entonces por Andrés Bello, en la que presentó la tesis Memoria sobre la conveniencia y el objeto de un Congreso Organizador Americano (1844). De 1846 es la Biografía del General D. Manuel Bulnes, presidente de la República de Chile. Se vinculó con Domingo Faustino Sarmiento, con quien tuvo su primer conflicto al instarle a abandonar la ortografía y las modificaciones gramaticales que éste había propuesto. En el ensayo Acerca de la acción de la Europa en América desarrolló sus ideas sobre la necesidad de una política inmigratoria, pensando en las razas europeas más avanzadas. En 1847 escribió La República Argentina, treinta y siete años después de su Revolución de Mayo (1847).

EUROPA O EL TERCER EXILIO
A la caída del gobierno de Rosas, gracias a la acción dirigida por el general Justo José de Urquiza, escribió Bases y punto de partida para la organización política de la Confederación Argentina (1852), obra que influyó poderosamente en la redacción de la Constitución de ese mismo año. Los temas más importantes de este libro son la defensa del libre comercio, la libre navegación de los ríos, la exaltación de la industria como base del progreso. Propone además el sufragio calificado por la instrucción y la fortuna e insiste en la necesidad de la inmigración (“gobernar es poblar”) de origen nórdico. Su apoyo a Urquiza le valió las críticas de Sarmiento expuestas en Las ciento y una, a las que Alberdi respondió en 1853 con las cuatro Cartas sobre la prensa y la política militante de la República Argentina (conocidas como Cartas quillotanas). También enemistado con Bartolomé Mitre, se dedicó casi exclusivamente a la redacción de opúsculos en los que manifestaba su descontento con la política porteña: Elementos de derecho público provincial para la República Argentina (1853), Estudios sobre la constitución argentina de 1853, Sistema económico y rentístico de la Confederación (1855), entre otros.
En 1855 fue enviado en misión diplomática a Europa. Su objetivo era impedir que las naciones extranjeras reconociesen a Buenos Aires como estado independiente de la Confederación Argentina. Firmó en España un acuerdo por el que se ratificaba la independencia argentina. En 1862, dadas las diferencias políticas con los gobernantes del momento –a quienes consideraba sucesores de Rosas con ropaje liberal-, fue separado de su cargo y decidió continuar la lucha desde París. “En los pueblos de raza latina”, dijo, “sólo es profeta en su país el que está fuera de su suelo… Sólo de fuera se puede servir a la unidad nacional. La patria necesita algunos centinelas avanzados o destacados, lanzados en el extranjero, para que le avisen y adviertan sus peligros. Éste es el rol que tendré que llenar desde Europa y Chile”.
Declarada la Guerra de la Triple Alianza, escribió varios folletos contra el imperio brasileño que aparecieron reunidos bajo el título El Imperio del Brasil ante las democracias de América. En 1871 escribió una curiosa obra satírica titulada Peregrinación de Luz del Día, o viaje y aventuras de la Verdad en el Nuevo Mundo. Coherente con la idea de que “la gloria es la plaga de nuestra pobre América del Sud”, Alberdi se propuso en esta obra realizar una disección de los vicios del poder eligiendo distintos personajes de la escena universal: Tartufo (Sarmiento); Don Quijote (Mitre), preocupado por fundar una república de carneros en la Patagonia; la corte de los aduladores representados por Tenorio, Basilia y Gil Blas. Fígaro (el propio autor) culmina el texto con un discurso sobre el “sufragio universal de la universal ignorancia”.
Salvo un breve periodo entre 1879 y 1880, Alberdi permaneció en el exilio europeo sin dejar por ello de escribir sobre lo que consideraba su sistema de pensamiento y de fustigar las traiciones de los liberales en el poder. En 1874 escribió las Palabras de un ausente en que explica a sus amigos del Plata los motivos de su alejamiento. Ese mismo año fue nombrado miembro correspondiente de la Real Academia Española. En el artículo titulado De los destinos de la lengua castellana en la América antes española, cuestionó la pretensión colonial de España, visible en las academias instaladas en los diversos países de América: “las lenguas no son obra de las Academias; nacen y se forman en la boca del pueblo, de donde reciben el nombre de lengua, que llevan”.
Su última obra se titula La República Argentina consolidada en 1880 con la ciudad de Buenos Aires por Capital. Entre los escritos póstumos cabe destacar El crimen de la guerra. Allí proponía Alberdi la formación de una Sociedad de Naciones para preservar la paz, a la que consideraba la cara complementaria de la libertad. Desde el punto de vista religioso, reivindicaba el cristianismo por sus postulados de armonía y por su universalidad. Consideraba el comercio como un remedio contra la guerra por su capacidad de unir a los pueblos en sus necesidades comunes. Si la guerra implica despoblar resulta, por tanto, negadora de cultura, industria y civilización.
Dejando de lado deslices ideológicos (propios, por otra parte, de la época) como el concepto de ineptitud racial aplicado a la población indígena, la importancia de Alberdi reside sobre todo en su utópica defensa de una filosofía como principio de unidad nacional, así como en su rechazo de los partidos y facciones. En una carta del año 1876, refiriéndose a Rosas, se preguntaba: “¿Estoy menos proscripto que el general, por haber sido opositor a su gobierno? ¿No es curioso que los dos estemos en Europa llevando una vida solitaria, el Canal de la Mancha de por medio?”.