Prólogo a la traducción del Discurso de Despedida al Pueblo de Los Estados Unidos de George Washington, por el General Belgrano:
“El ardiente deseo, que tengo de que mis conciudadanos, se apoderen de las verdaderas ideas, que deben abrigar si aman la patria, y desean su prosperidad bases sólidas y permanentes, me ha empeñado a emprender esta traducción en medio de mis graves ocupaciones, que en tiempos más tranquilos la había trabajado, y se entregó a las llamas con todos mis papeles en mi peligrosa y apurada acción del 9 de marzo de 1811 en el Tacuarí.
“El ardiente deseo, que tengo de que mis conciudadanos, se apoderen de las verdaderas ideas, que deben abrigar si aman la patria, y desean su prosperidad bases sólidas y permanentes, me ha empeñado a emprender esta traducción en medio de mis graves ocupaciones, que en tiempos más tranquilos la había trabajado, y se entregó a las llamas con todos mis papeles en mi peligrosa y apurada acción del 9 de marzo de 1811 en el Tacuarí.
Washington, ese
héroe digno de la admiración de nuestra edad y de las generaciones venideras,
ejemplo de moderación, y de verdadero patriotismo, se despidió de sus
conciudadanos, al dejar el mando, dándoles lecciones las más importantes y
saludables, y hablando con ellos, habló con cuantos tenemos, y con cuantos
puedan tener la gloria de llamarse americanos, ahora, y mientras el globo no
tuviese ninguna variación.
Su despedida vino
a mis manos por los años de 1805, y confieso con verdad, que sin embargo de mi
corta penetración, vi en sus máximas la expresión de la sabiduría apoyada en la
experiencia y constante observación de un hombre, que se había dedicado de todo
corazón a la libertad y felicidad de su patria.
Pero como viese
la mía en cadenas, me llenaba de un justo furor, observando la imposibilidad de
despedazarlas, y me consolaba con que la leyesen algunos de mis conciudadanos,
o para que se aprovechasen algún día, sí el Todopoderoso los ponía en
circunstancias, o transmitiesen aquellas ideas a sus hijos para que les
sirviesen, si les tocaba la suerte de trabajar por la libertad de la América.
Un conjunto de
sucesos que no estaban al alcance nuestro, pues vivíamos sabiendo únicamente lo
que nuestros tiranos querían que supiésemos, nos trajo la época deseada, y por
una confianza que no merecía, mis conciudadanos me llamaron a ser uno de los
individuos del gobierno de Buenos Aires, que sucedió a la tiranía.
Las obligaciones
no me daban lugar a repasar la traducción, para que se imprimiese, ya que
teníamos la gloria de poder comunicar los conocimientos, y que se hicieran
generales entre nosotros, y creído de que en la expedición al Paraguay podría
haberla examinado y concluido, tuve la desgracia que ya he referido.
Mas observando
que nadie se había dedicado a este trabajo, o que sí lo han hecho no se ha
publicado, ansioso de que las lecciones del héroe americano se propaguen entre
nosotros y se manden, si es posible, a la memoria por todos mis conciudadanos,
habiendo recibido un librito que contiene su despedida, que me ha hecho el
honor de remitirme el ciudadano don David C. de Forest, me apresure a emprender
su traducción.
Para ejecutarla
con más prontitud me he valido del americano doctor Redhead, que se ha tomado
la molestia de traducirla literalmente, y explicarme algunos conceptos; por
este medio he podido conseguir mi fin, no con aquella propiedad, elegancia y
claridad que quisiera, y que son dignos tan amplios consejos; pero al menos los
he puesto inteligibles, para que mejores plumas les den todo aquel valor, que
ni mis talentos, ni mis acciones me permiten.
Suplico sólo al
gobierno, a mis conciudadanos y a cuantos piensen en la felicidad de América,
que no se separen de su bolsillo este librito, que lo lean, lo estudien, lo
mediten, y se propongan imitar a ese grande hombre, para que se logre el fin
que aspiramos, de constituirnos en nación libre e independiente”.
Manuel Belgrano,
Alurralde, 2 de febrero de 1813.
Fuente del texto en la Biblioteca Digital Trapalanda:
Paredes Juan
Editor
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